En el sermón dominical (homilía), el cura del pueblo (muy enfadado) se apoya en el púlpito y dice con tono muy grave:
- El sermón de hoy se lo voy a dedicar a ustedes, ¡ladrones!, porque ayer sábado me robaron la bicicleta. Cosas como éstas no pueden suceder en este pueblo, y menos en esta comunidad, en la que todos nos conocemos desde pequeños y donde Dios ha sembrado su semilla de dicha y felicidad. Pero eso no quita, ni minimiza, lo que han hecho el día de ayer: ¡¡ME HAN ROBADO LA BICICLETA!
- El primer mandamiento dice. 'Amarás a Dios, sobre todas las cosas', pero ustedes no aman a Dios, porque el que roba NO ama a Dios. ¡Ladrones de mierda!
- El segundo mandamiento dice: 'No usarás el nombre de Dios en vano', pero el que roba reniega de Dios, pues sin mi bicicleta ahora tengo que andar bastante para llegar a los otros pueblos y poder predicar su Palabra.
- El tercer mandamiento dice: 'Santificarás las fiestas', pero ustedes no santifican nada porque son unos ladrones, sacrílegos de mierda, que han robado mi bicicleta sin ninguna consideración.
- El cuarto mandamiento dice: 'Honrarás a tu padre y a tu madre', pero ustedes parece que no tuvieran ni uno ni la otra, pues si no, les hubieran enseñado a no robar.
- El quinto mandamiento dice: 'No Matarás', pero ustedes han matado la ilusión que tenía con mi bicicleta nueva, de manera que ahora mismo me van diciendo quién fue el pedazo de hijo de puta que me robó mi bicicleta.
- El sexto mandamiento dice: 'No Fornicarás'...
En eso, el cura se queda pensativo unos segundos y dice sorprendido:
- ¡Ostias!... Ya me acuerdo dónde dejé la bicicleta...